Si a mis quince años me hubieran dicho que me graduaría de Oxford a mis veintitrés, hubiera sido el primero en no creerlo o incluso burlarme de la persona que me dijera tal locura. Que una persona como yo, de la ciudad de Ñemby y de una familia de clase trabajadora, fuera a Oxford era probabilísticamente imposible. Sin embargo, mi sueño desde adolescente siempre había sido estudiar en el extranjero. En mis últimos años de bachillerato intenté e intenté por diferentes becas (de idiomas, deportivas y otras tantas) pero ninguna se dio. Nunca era lo suficientemente bueno para calificar.
Al terminar el colegio, mis padres no contaban con los recursos económicos para apoyarme con mis estudios en la universidad. Entonces, como muchos paraguayos, tuve que trabajar y empezar a buscar oportunidades para estudiar. Afortunadamente, conseguí trabajo en el mercado de San Lorenzo y, luego, la Universidad Evangélica del Paraguay me brindó una beca académica/servicio para estudiar.
El primer año fue difícil, trabajar de 7:00 a 17:00 y, luego, estudiar de noche hasta las 22:00, llegar a casa cerca de la media noche para luego afrontar el siguiente día (una realidad que muchos vivieron y viven en Paraguay). Como parte de mi beca, debía ofrecer servicio a la universidad. Muchas tardes me pasé limpiando baños, aulas, la biblioteca, cortando el césped y más. Todo esto, sin mencionar que los fines de semana participaba también en cursos, voluntariados y otras actividades para sumar más puntos al famoso currículum vitae.
No fue hasta mi segundo año que tuve la oportunidad de empezar mi carrera docente. Una experiencia que transformó mi vida. Una experiencia que me hizo ver el impacto positivo que puede tener la educación, algo que me llevó a querer profundizar mis conocimientos en el ámbito educativo. Y así continué durante el resto de mi carrera en Paraguay: trabajando tiempo completo, entre pasantías, universidad, cursos y voluntariados. Sin mencionar que también tuve que hacer malabares económicos en varias ocasiones para sobrellevar el día a día. Fueron largos años de poco sueño y mucho trabajo.
A pesar de todas las adversidades, todos esos años los afronté con un arma muy poderosa: GRATITUD. Agradecido por tener un trabajo y la oportunidad de estudiar. Agradecido por cada oportunidad que se presentaba, agradecido por cada persona que se cruzaba en mi vida, agradecido por cada situación y momento que me ayudó a crecer.
En los momentos críticos, la resiliencia, disciplina y perseverancia me ayudaron a seguir de pie, a seguir soñando. Cada desvelo, cada lagrima, cada bendita gota de sudor valió la pena. Y cuando la oportunidad te encuentra preparado y trabajando, esta no pasa de largo.
Ahora miro atrás y veo que todo valió la pena. Ahora entiendo que improbable no es imposible. Ahora comprendo que esta vida es una carrera de resistencia. Yo tengo que correr más que algunos para lograr mis metas, y así también, otros deben correr más que yo para alcanzar las suyas. No obstante, no se trata de cuánto debas correr, sino de cuánto resistas.
Y creo que no hubiese sido resiliente, perseverante y disciplinado si antes no hubiese sido agradecido.
Gracias a mis padres por enseñarme el valor de la educación.
Gracias a la Universidad Evangélica del Paraguay por brindarme la oportunidad de estudiar.
Gracias a la familia Vega Mármol por darme mi primer trabajo en el mercado de San Lorenzo.
Gracias al Centro Educativo la Amistad por confiar en mi trabajo como docente.
Gracias a cada institución, líder, mentor, amigo y persona que invirtió en mi vida.
Gracias a todo eso hoy puedo estar graduándome de la Universidad de Oxford con una maestría en educación.
Agradecido por lo que estoy viviendo y expectante de lo que se viene.
SOLI DEO GLORIA
Atte.
Guillermo Zaracho